Casa Estudio Luis Barragán: una obra de arte

Por: Katty Peñalosa Vergara

La arquitectura mexicana es una de las más tradicionalistas y de mayor riqueza visual. Las primeras obras mexicanas de los novecientos heredan sus formas del pasado, pero siendo ya muy avanzadas técnicamente hablando: el Palacio de Comunicaciones, el Palacio Postal, el nuevo Teatro Nacional, entre otros. Pero es el siglo XX el que puso a México, por primera vez, dentro del saco de naciones que tenían el mando en la orientación de la arquitectura en el mundo. 


Personajes como Luis Barragán, que haciendo arquitectura en este mismo siglo XX, hace eco de las técnicas y formas más primitivas y características de la arquitectura mexicana de inicios; y por tanto, se convierte en uno de los arquitectos más representativos de esta ciudad. Abrió un nuevo camino a través de sus obras logrando una fusión de la tradición vernácula con la innovación moderna.
Luis Ramiro Barragán Morfín nace en el seno de una familia acomodada, el 9 de marzo de 1902 en Guadalajara, capital de Jalisco, México. Estudia ingeniería civil en la Escuela Libre de Ingenieros de Guadalajara, graduándose en 1923, pero Incursionando también en el paisajismo y en la fotografía. Su actitud siempre fue crítica: paso de intentar darle una identidad al pueblo postrevolucionario mexicano mediante la estética de lo prehispánico y colonial, a adoptar principios modernos rechazando los historicismos estéticos; tomando así de cada uno lo que para él fue realmente importante. Y es precisamente este camino rizomático y no lineal lo que hizo más interesante su propuesta, que busca estar alejada de las meras imitaciones de las nociones de la modernidad y más bien aterrizarlas a su cultura.



Barragán en su afanosa búsqueda marcó un nuevo paradigma de diseño, y mejor dicho en palabras de Federica Zanco: “inventó una interpretación vitalmente moderna de la tradición mexicana”. Este camino trazó una pauta que más adelante muchos otros arquitectos trataron de seguir, tales como Ricardo Legorreta que en su interpretación logra descifrar el trabajo de Luis Barragán creando acertadamente varias propuestas de calidad.
Por esto, considero, que se hace muy valioso un juicio crítico y objetivo a la obra de este ingenioso personaje, quien hoy es uno de los arquitectos que más admiro y que siempre ha generado asombro en mi forma de percibir la arquitectura.



En su obra más emblemática: La Casa Estudio Luis Barragán, hoy Casa Museo y Patrimonio de la Humanidad por la Unesco; encontramos uno de los mayores ejemplos de la tercera parte de su carrera. Está formada por un complejo sistema de pasajes y obstrucciones combinadas con rutas dispuestas de tal forma, que en algunos casos unas no pueden ser percibidas a través de las otras. Su recorrido se ve enriquecido con un espléndido juego de tamaños, luces y sombras que hacen de la casa un espacio sombrío y a la vez brillante.
Una de sus técnicas más curiosas es el manejo del tamaño de los espacios para indicar que tan íntimos o no son, así como el uso de estrategias en muros para hacer las estancias más o menos públicas.



No condena el uso del vidrio, es más, lo hace parte vital de su composición. A través de un gran ventanal en la sala, hace conexión directa con un patio repleto de vegetación que realmente da la sensación de percibir algo casi glorioso. Estar sentado en uno de sus muebles (muchos de diseño único) y mirar hacia el jardín, hace recordar el estar llevando una penitencia y de repente ver la luz perfecta que regala el perdón y finalmente deja descansar. Así como su sala; su estudio, su azotea y sus habitaciones, son espacios que hacen reminiscencia de la soledad, porque él mismo lo dice: “sólo en íntima comunión con la soledad puede el hombre hallarse a sí mismo. Es buena compañera, y mi arquitectura no es para quien le tema o la rehúya” (Luis Barragán, 1994).
No alcanzarían estas palabras para explicar cómo cada nota de la música de su arte transformada en arquitectura, nos lleva a sentir una plena comunión con Dios. Diría que en cada detalle hay un portal, un camino, algo que nos comunica con nuestra propia fe. Además, él conectaba la religión con un óptimo uso de materiales arcaicos y una inteligente modulación de la luz; elementos como la piedra volcánica, que nos lleva a pensar que quizás pudo ser influenciado por Mies Van de Rohe; y el uso del color como espejo de la luz para generar distintas sensaciones y darle plasticidad y dinamismo al diseño, me parece que orienta a recordar el típico nacionalismo mexicano que prosiguió luego de ese eclecticismo porfiriano de Porfirio Díaz, el cual buscaba un nuevo renacer de la arquitectura vernácula para dejar de imitar modelos extranjeros. Enrique de Anda, arquitecto mexicano y doctor en historia de la UNAM nos explica a través de su libro “Historia de la Arquitectura Mexicana”: “el nacionalismo se adaptaba más a las necesidades constructivas de la época, se basó además en la arquitectura del virreinato, surgiendo así la llamada “Arquitectura Neocolonial” (2008); aparentemente un fuerte referente para nuestro arquitecto.



Los muros son otro hecho importante. Eran muy gruesos por su relación con la arquitectura tradicional mexicana, pero estaban intercalados por grandes y pequeños ventanales que le quitaban cierta robustez. El silencio y el agua no podían pasar de largo, tenían que involucrarse; en su discurso como ganador del premio Pritzker de la arquitectura en 1980 alega claramente: “En mis jardines, en mis casas, siempre he procurado que prive el plácido murmullo del silencio, y que en mis fuentes cante el silencio” (Luis Barragán, 1994); es por esto que para él, el sonido del agua era el sonido de la alegría y la sensualidad. En su patio principal hay una fuente de agua que balbucea ese sonido tan especial, y que se escucha a través de la sala creando el espacio perfecto para hacer una buena lectura o simplemente meditar. Dentro de todas las obras de Barragán, en donde encontramos hermosas fuentes de todo tipo, existe una que a mi parecer es de las más hermosas y se encuentra en la Cuadra San Cristóbal: la Fuente de los Amantes, que pareciera ser más bien un oasis escondido en medio del gris de la urbanización. Fue influenciado en este sentido por Louis Khan con su frase: “Cuando se diseña una fuente, esta debe ser tan bella con agua como sin ella”[1]



Es realmente admirable la perfección de la técnica de Barragán, que a mi parecer, no tiene comparación. Esa arquitectura sentimentalista esta explícitamente plasmada en el “Manifiesto de la Arquitectura Emocional” de Mathias Goeritz, quien conceptúa cada uno de los elementos que este aplica en cada una de sus obras: Belleza, magia, sortilegio, encantamiento, serenidad, silencio, intimidad y asombro, son algunas de las palabras que según él mismo definen su arquitectura y su arte; todo evidenciado en la forma de diseñar un refugio para el hombre, un habitáculo mágico, un pedacito de lugar en medio del caos de la ciudad.
La Casa  Estudio de Luis Barragán es un hito de la arquitectura mexicana, otra pausa en la historia de la arquitectura moderna latinoamericana, que cada vez más se caracteriza por un concepto firme, por el hecho de que se le da una identidad propia a la obra y no se sigue al pie de la letra los preceptos establecidos, y a mi parecer Barragán con sus astutas estrategias, logra finamente ese cometido: una obra con un sello bastante especial.




[1] Abierto Chile, <<Conversación de formas. Mario Schjetnan Garduño>>, 2007, (Consultada el 11 de Junio de 2014)



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Soy una estudiante de arquitectura apasionada por el arte, el diseño y la sustentabilidad. Constantemente me pregunto el porque de muchas soluciones que se generan en la arquitectura y la construcción en el mundo, y en este blog me propongo postear opiniones personales acerca de mis propios cuestionamientos, y así aportar un poco más al campo arquitectónico y urbanístico que es tan amplio y tan frecuentemente variable.

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